Sobre The Treatmen de Hans Herbots (2014, Bélgica)
El arte es esa ventana que solo se abre desde adentro. En la cual tú
simplemente estas destinado a esperar y mirar la majestuosa arquitectura e esa casa
que te invita a conocer sus misterios, pero que los habitantes son otrora
humanos, son seres que habitan más que viven... y en un momento determinado
está esa ventana que se abre y se plantea el desafío de adentrarse en un
misterio, de poder llegar más allá en ese lugar donde no tienes certeza si has
sido invitado, más la oportunidad te da a la labor de conocer sus misterios que
a la postre son tus misterios.
Ya en su interior cada paso te acerca más y más al centro, al cúmulo de
magia que es el verdadero tesoro de esa arte. Esa magia va mucho más allá del
simple truco de un ilusionista, va más allá de la belleza y el encanto de no
conocer como se ha creado dicha ilusión. La magia del arte nos lleva a poder
cuestionarnos lo que realmente ocurre en nuestros interiores, en nuestras
viseras, en nuestro corazón, en nuestro intelecto, en nuestra razón, en nuestro
esfínter. Va de lo banal a lo complejo, de lo físico a lo emocional, y así
transitando entre el todo.
Ya lo he dicho antes, y pareciera que es necesario repetirlo cada cierto
tiempo. “Hay arte que no debería ser creado…”
The Treatment (2014, Hans Herbots) es una de esas películas para no
recomendar. Una de esas indefiniciones entre el carbón y el diamante, pero sin
caer en el facilismo de un punto medio, muy por el contrario radicada en una
dimensión exageradamente diferente, mucho más allá…
La cinta nos sorprende con una historia audaz, con una trama compleja y
delirante, a veces fastidiosa pero siempre instigadora a ver más allá del
simple transcurrir del tiempo. Son dos horas que no permiten percatar la
consulta al reloj y mucho menos desear la cercanía del final, muy por el
contrario es un estado de trance que
pide no acabar, pero todo siempre tiene un final. Respecto del final hay
historias, de vez en cuando, que nos sorprenden y nos aniquilan el final…
Al pensar, ya acabado el clímax de la sorpresa, sobre la trama de The
Treatment no puedo dejar de pensar en la desesperanza. Me es imposible
cuestionarme respecto del protagonismo en nuestras vidas de la desesperanza. Y es
que en el decálogo de emociones que nunca se ha escrito es considerada la
desesperanza como una de esas emociones negativas, aunque muy por el contrario
la desesperanza logra movilizar a la agonía y la aceptación de lo inevitable. Y
a la presencia de la desesperanza surge ese instinto de preservación que va más
allá de la razón, que va más allá del autocuidado, esa emoción que recoge hasta
el último impulso de vida y lanza las capacidades más allá de lo antes nunca
esperado.
Más allá parece describir de manera exacta y grosera lo que una película
que nunca debió ser creada nos deja…
No hay comentarios:
Publicar un comentario