martes, 6 de julio de 2010

Sobre hoy...

Y hay momentos en que uno simplemente no quiere escribir


Muchas veces esto sucede porque se te antoja la bendita gana, y no quieres transmitir nada de lo que tienes guardado adentro… nada


Muchas veces pasa porque simplemente no tienes ni puta idea sobre que escribir


Y otras veces, las menos, ocurre que tienes tanto por entregar, tantos mensajes que decir, tantas cosas que gritarle al mundo que simplemente te da miedo escribirlas. Te da miedo ya que cualquier palabra escrita es mucho más pesada que una hablada (no estoy de acuerdo, solo describo y escribo), te da miedo pues el exteriorizar lo que piensas es, necesariamente, un compromiso de tu exterior para con eso que mencionas. Muchas veces el temor se fundamenta en el miedo a que al soltar la primera palabra sufrirás una descontrolada y desbordante avalancha de otras palabras, y muchas de ellas no te representaran y perderás el control sobre lo que quieres decir y dirás lo que sientes pero que no querías decir, y te sentirás traicionado por ti mismo, la peor de las traiciones. Y después exploraras mundos de los cuales nadie tendrá la fortaleza para hacerte salir y tendrás que volver a mirar a tu interior, tendrás que volver a acudir a ese ser del cual decidiste desconfiar tras una traición equivoca, y te perdonarás y ese será un circulo que no tendrá final, y más tarde terminaras perdonando a los que te rodean y un día perdonarás al mundo porque él no tiene la culpa de ser lo que es, de ser como es… uff, a veces es justificado el miedo a la palabra.




Hay tantas cosas bellas en este planeta, hay tantas cosas bellas en esta realidad. Hay tantas cosas horribles en este planeta, hay tantas cosas horribles en esta realidad. Hay tantas cosas que no me importan las cosas, quiero abrazar el horizonte y dejarme quemar por el fuego del solo que se esconde, o por el fuego del sol que nace, más para el fin es indiferente su momento. Lo importante pasa a ser mi momento, que muchas veces queremos sea el momento final de este momento. Y es que es tan fácil querer escapar, querer la salvación mesiánica y ridícula que venga del exterior, cual nave alienígena elija al azar a los que se salvaran de la catástrofe que estamos creando, y en esa elección casualmente seremos nosotros los que perduraremos. Yo te digo –admite tu derrota, si ves venir a esa nave salvadora escóndete donde no puedan descubrirte, llévate tus malezas y no intentes reproducirlas por el insignificante espíritu se salvación, por el insignificante espíritu de reproducción- YA MUCHOS LO HAN RECORDADO… NO SOMOS EL CENTRO DEL UNIVERSO, NO ERES EL CENTRO DEL UNIVERSO.



Las metáforas develan realidades y esconden fantasías, por lo cual cabe la pregunta ¿vivimos en realidad o vivimos en una constante fantasía? Ha muerto un ser querido y lo único real es el dolor que nos deja. Deberíamos revivirlo y sentenciarlo por crueldad, por permitir su muerte y con esta hacernos sufrir. Es completamente inmoral su acto de egoísmo, de querer dejar todo esto y dejarnos a nosotros, precisamente a nosotros acá… Entonces muere este ser y sufrimos, nos quedamos lamentándonos, deseando que lo ocurrido jamás se transforme en realidad, que lo ocurrido, que es más real que nada, sea una estúpida fantasía, sea un infantil y temeroso sueño. Pero no llega hasta este punto aquello, pues pasados los meses, los días, las semanas o los años superamos el acontecimiento, superamos la realidad de ese dolor y nos volvemos inmunes a su recuerdo, ya lo “atesoramos”, ya lo hemos hecho nuestro y no nos preocupa, entonces lo que un día fue más real que un batazo en la cabeza, que desnuca y deja ver parte del cerebro ya muerto, sintiendo la tibieza del liquido cefalorraquídeo en el rostro del que abraza a lo que fue vivo, entonces el dolor que fue real ya es fantasía y la realidad es que ello jamás fue real, que solo fue una espiral que atrapaba pensamientos negativos que no permitían avanzar en la construcción de un presente con uno como el protagonista, con uno como el centro de su propio universo y con uno con el centro del universo.



Me rió en tu cara pues no quiero tomar la tranca que sostiene mi puerta…



Hoy no quería escribir…

Fuente Imagen

sábado, 3 de julio de 2010

Sobre un mismo...



Y me dices que debo creer en dioses
¿Y me dices que debo creer en dioses?

Hay veces que estoy harto de esta incertidumbre
y hay veces que estoy harto de esta certidumbre.

Es tan fácil jugar con las palabras para creer que se dice algo. Y en la oscuridad e intensidad de las mismas decir ese “algo”, pero con la seguridad que nadie entenderá los códigos para hacer la lectura que para ti es la correcta. O, por otro lado, dejar el texto abierto para que tú mismo hagas una lectura completamente distinta pasadas unas horas, unos días, meses, años o vidas.

Pero nuestra ingenuidad nos atrapa en esa espiral que engaña, pues nuevamente te cuestionas los ciclos y, justificándote nuevamente, desmereces el valor de la palabra escrita como insignificante para el momento actual.


¿Necesitamos creer en dioses?

Me temo que muchas veces sí. Muchas veces nuestra cobardía no nos permite enfrentar el mundo oculto que esta ya arraigado bajo nuestras mascaras, ese mundo oscuro del que queremos escapar, pero que es placentero protagonizar. Entonces mesiánicamente vendrá un externo que te dará la fuerza necesaria para dejar atrás eso que no quisiste enfrentar por vergüenza, lastima, cobardía u otras tantas miles de justificantes. Quieres pararte el pulpito y confesar a los viento que fuiste uno y que hoy eres otros, quieres tener el reconocimiento y agrandar tu egoísmo, o tal vez quieres hacerlo en secreto para enrostrarlo en su momento –que fuiste capaz de hacerlo solo- que no necesitaste de la ayuda del otro-.

¿Necesito creer en dioses?
Muchas veces quiero pensar que no, pero la mayoría de la veces me veo atrapado en lo que me avergüenza, en lo que de mi depende mejorar, en lo que no me agrada. Y a veces, en esas veces, desearía poder creer en una mesiánica salvación que me pueda sacar de esa espiral que a veces, en veces, no me agrada. Lamentablemente cuando el socorro no es aparecido, cuando recuerdo la necesidad, y la incapacidad de creer en la salvación por arte de magia, mirándome las entrañas veo que de mi dependerá salir de estos estados “un tanto oscuros”. De mi vuelve a depender el tomarme la palabra y enfrentar lo que quiero decir, lo que en realidad quiero decir… lamentablemente en este proceso de introyección, muchas veces, la ocasión adecuada ya pasó. Debo mejorar mi velocidad de reacción…