martes, 23 de julio de 2013

Sobre balto...

Y es que no vasta con querer cambiar el mundo, muchas veces son nuestros propios actos los que perpetúan una realidad que a todas luces nos resulta asquerosa.

Una vez que decides entregar todo no sabes hasta donde puedes pedir. Y es que transitar por los caminos de la vida ofrece demasiados, en realidad demasiados, elementos propios de distracción. A medida que el caminante avanza las sonrisas de la doncellas se van acumulando, y Dios sabe que detrás de una ingenua sonrisa se esconde un demonio muy por sobré las estimaciones más sobre-estimadas. 

Y es que no vasta con querer cambiar el mundo. Son esos pequeños actos los que marcan la diferencia. 
Hoy por hoy estoy asqueado con todo el entorno. Estoy en la dualidad del sujeto emergente. Un personaje que se esfuerza por no dejar atrás aquello que le dio su identidad, lugar en el cual cultivó su integridad y maduro el ideal que hoy estructura su organismo, su vida y su relación con el entorno. Entonces al otro extremo está eso que lo catapulta a posicionarse más allá de lo que el portón sugiere, la búsqueda de un mundo alternativo que no está en el presente inmediato. Un mundo que sólo es posible alcanzar en la búsqueda, un mundo que pareciera etéreo e inconmutable, una eterna promesa que enamoa al viajante luego de las pasajeras sonrisas de doncellas voluptuosas y cadenciosas. 

Hay actos con cierto grado de maravilla.  Hay opciones que empujan al alma a sentir sutilezas marcadas por la bondad. Y hay ocasiones en las cuales estamos atrapados a enfrentar nuestro dharma, hay otras veces en que la muerte roza nuestra puerta tan solo para acordarse que hoy no es el día, que hoy no es la hora para dar aquel vilipendiado paso. 

Casi 29 otoños, acompañado de 29 primaveras, unos cuantos veranos y una sola primavera.  La vida suguiere ser medida en recuerdos, y nosotros cual iluso neófito acudimos a su respuesta mediante la acumulación de materia, creemos fielmente que el iconosar cada grata experiencia nos permitirá revivirla y así apoderarnos de ella en momentos de nostalgia y angustia. Pero que cosa menos cierta.  Jugamos a ser dioses y nos quemamos con inciensos baratos, hemos visto al UNO a los ojos y nos sonrojamos de verguenza tan solo para huir como el pequeño que reconoce error en su actuación.
29 otoños, 29 inviernos, unos cuantos veranos y una primavera.  Nada más es suficiente para destruir las esperanzas de quien jamás ha podido creer en el Todo, no hay sonrisas detrás de las expresiones repetitivas de satisfacción, sólo hay carne. Y detrás de la carne no hay alma, sólo hay aire inmedible e imposible de cualificar. Estamos cansados de todo y sólo deseamos nada, para lo cual se han otorgado permisos totalitarios para nuestra inevitable destrucción. 

El niño dejo de serlo y en su lugar instalo a un adolescente, el cual cansado de sus lamentos huyó para dar espacio al joven que le predeciría, quien agobiado por los lamentos de responsabilidades venideras decidió optar por el ostracismo, para que un adulto de fuerte carácter y emblema rimbombante lograse interiorizar temores ancestrales asociados a la vejez.

Son 29 otoños, 29 inviernos, unos cuantos veranos y una primavera de leguas submarinas y aún no emerge el titán que subyace a la masa descontenta. Nos oprimen y nos disgustan. Nos dominan y nos otorgan libertades finjidas que nos obligan a olvidar lo trascendente. Nos venden metafísica en mall's y libros de auto ayuda que son económicos al comprar el periódico popular. Nos permiten escribir ideales de bonanza en tecnologías que destruyen nuestro ambiente. Nos alimentan con plástico transgénicos, con cerdos que consumen plásticos transgénicos, y vacas que ríen mientras mueren cerdos que darán grosor y sabro- dulzura a la naturalidad de su leche. Nos permiten bellas plantas que ornamentan nuestras rutinas repetitivas, plantas que son cementerios de elementales. Nos ofrecen bellos palacios que devienen en genocidios de elfos, hadas y otros seres " inexistentes". Pero nada de eso, y de mucho más, nos debe importar pues es posible degustar colores nunca antes vistos, nunca antes creado. Cada día, al salir de nuestro hogar, damos un portazo a nuestro Dios y cambiamos el ideal por indicadores de productividad, y eso para quienes dicense sujetos pensantes. 

La bondad tiene fecha de caducidad. 
La felicidad es imperecedera, pues ya fue modificada en los sesenta por monsanto.
La paciencia dura hasta el medio día, se olvida en el almuerzo y vuelve a durar hasta finalizar el turno. 
Los cuestionamientos pertenecen a las clases letradas. 
Y la Tv apaga la capacidad de divertir el alma. 
La Tv apaga el alma.  

Escupiré al cielo, escupiré a mis dioses y les rogaré puedan destruir la oportunidad de error que entregan a la humanidad.  Les rogaré cambiar y anular las libertades que nos otorgan por una dictadura que imponga la priorización del espíritu y el engrandecimiento del alma.