domingo, 17 de octubre de 2010

Sobre Chile...


Y es que hay veces en que las palabras sobran.

Hay veces, y ya lo he planteado, en que las ideas son invasoras de la mente. No puedes escribir en mucho tiempo, pues las palabras se desbordarían y destruirían esos bordes en los que como rio has trabajado ardua y meticulosamente, por tiempo casi entrañable.

Hay veces que la sociedad, la vida o “el camino ha seguir2 te plantea temas que no pueden enfrentarse con reflexión, pero justamente la reflexión te supera en demasía.

Hay tantas cosas que quiero decir… y las palabras son tan pobres. O por lo menos, yo soy tan pobre en el dominio del lenguaje, que me es imposible plantear con cierta seguridad lo que pasa en los mundos oscuros de la mente. De alguna manera, es la impotencia que siente el amante que sabe no poder describir el amor que siente por su amada que yace muerta en sus brazos, pues su amor era imposible, a pesar de que sus corazones eran, y siempre fueron uno solo…

Ciertamente las metáforas me han sido fáciles. Las metáforas alejan a la realidad. Pero la realidad no es como tal, sino más que fantasía. Las metáforas acercan a ese mundo no palpable, no medible con las herramientas que acostumbramos a trabajar, más bien a ese mundo hoy por hoy lejano. Las metáforas traen a colación espacios no contaminados con el materialismo hoy genético de nuestra creación, pero hasta los genes ya son fantasía.

Chile, mi país, enfrentó una de esas “crisis”. Uno de esos hitos que hacen historia. Una de esas situaciones en las que tú puedes asegurar que existe un Dios, que existe una fuerza sobrenatural que se compadece por los hombres, que exacerbados en tecnologías, en herramientas y en cuantas técnicas quieras explorar son impotentes frente a la mano desconocida de la naturaleza. Así, ciertamente, reconociendo sus limitaciones solo la mano invisible de esa magna ciencia desconocida (una ayuda extra, un comodín), de esa “casuística” no casual, de ese milagro permitió dar con el paradero subterráneo de unos hombres un tanto poco afortunados.

Durante todo este tiempo me ha resultado difícil, incluso y por sobre todo en la cotidianeidad, referirme a estos sucesos, y es que me es difícil no inmolarme frente a tamaña situación, frente a tamaño efecto de esta ley de efecto y reacción. Con respeto a estos hombres, hoy salvos, al sufrir de sus familias durante tantos días… meses. Estoy en condiciones, y en pleno conocimiento de mi responsabilidad, de asegurar que ellos merecían estar bajo tierra, merecían pasar por esa situación. Pero aún, lo mismo que me da la seguridad de lo anterior es lo que me da la seguridad de comprender el que esos hombres merecían no morir en un refugio subterráneo. Que esas familias merecían sufrir durante los días de incerteza, sufrir durante los días de espera y por sobre todo reencontrarse con la fuerza de la esperanza que es entregada bajo la casuística de dar con estos hombres, con la culminación exitosa del esfuerzo de tantas manos que se tomaron para lograr lo que 50 años atrás hubiese sido una tarea inalcanzable.

_Pero por sobre ello, hoy me surge la pregunta ¿Chile merecía lo sucedido?

La misma ley natural de acción y reacción es aplicable a territorios geográficos, a las personas como grandes comunidades que se ven obligadas a enfrentar las reacciones de sus acciones, de sus elecciones.

Entonces, claro que Chile merecía enfrentar ello.

Pero, lo que no me resigno a creer es que Chile deba ser un títere de la parafernalia “periodística”, de la parafernalia comunicacional que utiliza elementos emocionales para pelear como buitres las lagrimas de esas familias, transformadas en pedazos de carne putrefacta que el público en sus casas está dispuesto a consumir como satisfacción por sentirse un país más noble, un país que se da la mano desde el asiento de su hogar. Un país que se hermana frente al sufrimiento de 33. Chile no merece ser manipulado en sus emociones, porque ningún ser humano con conciencia merece tal suplicio, pero, por otro lado, Chile si lo merece, pues pareciera que este Chile no tiene conciencia, no tiene corazón, es un Chile muerto que espera disfrutar de lo que los nobles ideales rechazarían por insulso.

Durante estos días de la llamada agonía he visto a personas que se han sumado a la agonía, esperando aportar energías a estas familias, o sintiéndose parte sincera del dolor, o hablando con respeto frente a las opiniones que vierten sobre las decisiones que toman quienes estuvieron a cargo de las acciones de rescate. He visto personas que han formado parte, a la distancia, de las vidas de cada uno de los mineros atrapados, o por lo menos eso han querido, he visto emociones de desagrado y reproche por decisiones de la vida de esos hombres y he visto la alegría, la dicha de estas personas al concluir exitosamente el rescate hoy milagroso, mágico…

Medios de orden mundial, han replicado la noticia en hemisferios olvidados e inalcanzables para el grueso de Chile, para el grueso de los chilenos. El sufrimiento, la esperanza y la dicha han dado la vuelta al mundo. Los mineros volvieron a casa. Ahora solo queda esperar una siguiente tragedia para esperar tomar la mano del vecino, antes que se enfrié por completo…

Chile, mi país, enfrentó una de esas “crisis”. Uno de esos hitos que hacen historia. Una de esas situaciones en las que tú puedes asegurar que existe un Dios, que existe una fuerza sobrenatural que se compadece por los hombres…