jueves, 2 de agosto de 2012

Sobre Pucón...

Debo admitir que infructuosamente he escuchado, o por lo menos he intentado escuchar, música rabiosa…
Y es que he creído que ese sería el modus operandi inspirador para poder escribir sobre las desigualdades…
Pero inevitablemente he terminado escuchando música melancólica… y es que la maldita melancolía es una especie de catarsis purificadora, un sentimiento que evoca dulzuras en la misma mierda, en lo putrefacto de la modernidad, en la caleta de la desigualdad… allí junto al desagüe ducto de los mehuines de las capitales de nuestro chilito…
Hace algunas semanas me he vuelto a conmover en un territorio prístino de nuestra tierra larga y angosta…
Hace alguna semanas camino a trabajar con esas familias vulnerables de los sectores donde se concentran las riquezas de Chile me he vuelto a conmover con la desigualdad, con la miserable desigualdad, con la suciedad, la inmundicia de los que tienen mucho… de los que tienen demasiado…

Debo de admitir que Pucón en un páramo privilegiado en nuestra arquitectura nacional. Los “colonos”[1] que hace casi dos siglos conquistaron dicho lugar sin duda fueron visionarios, sin duda reconocieron un lugar que solo puede describirse como bello. A punta de rifle y biblia cogieron[2] a los indios cochinos, y de una patada en sus morenas nalgas los desplazaron o transformaron en peones, cuando no los eliminaron. Años más tarde llegaría El General asesinando a “mamitas ricas y apretaitas”, luego la concertación terminando su trabajo, para coronar la escena con una piraña que todo lo degusta, y el show debe continuar… pero ya me voy por las ramas.
En esta tierra se respira un aire mágico… en los faldeos de Villarrica ya se empiezan a dibujar los primeros contrastes de la frontera.

Hoy reivindicaciones territoriales agudizan un conflicto cada día más mediático y menos mapuche. Hoy el lenguaje habla de soberanía, de Estado mapuche. Un Estado desde la novena región, desde el radicalismo guerrero que muchos historiadores se esfuerzan en dar por finalizado, pero que los hechos, los medios y los miedos nos obligan a reconocer que los 300 años de la guerra de la Araucanía aun no finalizan. Al parecer los mapuche no perdieron (como eufemísticamente se nos enseñó entre silabarios y rezos).
Esta frontera se traspasa al ver a sus gendarmes, viejas señoras vendiendo cochayuyo, pescado ahumado, changles, quesos y otros. Ventas sobre sus carretillas cada día más oxidadas. Mathei, Mañalich y otros se escandalizarían (retóricamente) frente a estas postales. O más bien abrazarían a esta señora con asco y fugacidad…
Esta frontera mágica nos conduce a otras tierras. Como si fuera un camino amarillo (no amarillista) que nace en Freire y termina en esas casas inasequibles, en las que se escriben cada día mayores mitos sobre peones mutilados e imperios inimaginables[3].
Existe un territorio que es único, en él con mayor frecuencia se dibujan rostros claros, pelos rubios y un promedio de altura superior al metro setenta y cinco. Con tiendas que rebozan de estilo único y uniformado, rescatando maderas nobles en arquitecturas características. Mucho me llama la atención ver el frontis de  Falabella sin la odiosa cara de un Sergio o una Diana… es, digamos, hasta agradable.
En este territorio, que de alguna manera evoca belleza, se aprecian hermosos chales, casas que cualquier poblador de campamento soñaría, pero que ni en sus mejores sueños alcanzaría.
La imagen en su fondo instala majestuosas montañas, las cuales son un desafío a la humanidad pues si decides acercarte hay un lago, que parece inmenso, el cual impedirá tu empresa, pero todo ello es magia e invitación. Bajas un poco la mirada y veras edificios sobrepoblados, cada cual mejor que el anterior, cada cual más bello del que acabas de ver. Los gastos, evidentemente, no son tema. Si hasta los letreros que te indican las calles parecen ornamentación de casa piedra. Y caminando en esas calles se te ofrece un bagaje de sensaciones que, nuevamente, te desafían a disfrutar. Sin lugar a dudas un paraíso hecho materia.


Uno de los mejores títulos, de los más poéticos en el nuevo cine (claro, a mi parecer) es Punch-Drunk Love. Y es que en Pucón, sin lugar a dudas, es fácil sentirse embriagado de amor. Al transitar en esa carretera desde Villarrica, las casas se van emperifollando hasta transformarse en esa quinceañera gringa que lleva su vestido azul carmesí perfecto, y solo yo (Dios mediante, crédito a 60 años mediante) puedo entregarle esa flor que hará juego y la transformará en la reina de la noche. Le permitirá ser la estrella indiscutible… nos permitirá alcanzar el sueño americano.

Al parecer toda embriagues me lleva al éxtasis y luego me enfrenta con un estado depresivo…
Toda esta belleza es otorgada al que pueda pagarla, todo para los menos.
Luego he de recordar que no ando en un viaje de placer. Mi sueldo no me permitirá degustar tantos sabores exóticos como si fuesen míos. Estoy allí por trabajo, pero más aún… intentando cambiar el mundo.
Todo lo que allí se ofrece no está al alcance de los residentes. Toda esa fantasía solo es eso, fantasía. Y como tal el que conozca el secreto deberá trabajar para su consolidación, o deberá ser desterrado pues conoce el secreto de la estabilidad…
Hay jóvenes que sufren segregación. Pajaritos que transitan de árbol en árbol y no pueden comprender que hay ciertos frutos que no son míos, no me pertenecen y no debo cogerlos.[4] Son estos sujetos los olvidados. Marx los llamaría lumpen, Freire favorecería su liberación. Sujetos segregados a ser usuarios de la política pública. Política que debe invisibilizarlos, que debe priorizar los índices de éxito y maquillar los bajos alcances de las tareas propuestas. La discriminación ya no es tema, es pan de cada día.





[1] Entiéndase más bien soldados de una guerra que nunca fue, de una batalla de antemano perdida por los oriundos.
[2] En toda su amplia connotación
[3] Historias que van desde lugares a los cuales solo se puede llegar en helicóptero, capillas de oro puro o jardines de millones de dólares, entre otras.
[4] Metáfora intencionalmente reduccionista… ya lo sé.

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