lunes, 5 de mayo de 2008

Sobr los tiempos que se acaban...

(F. Foto -ORIGINAL-)
Quieres que me digne a oír de tu dolor, pero no eres muy capaz de mirar frente a mis ojos y observar la pena que me produce el pensar que puedes sufrir.

Hay tres cosas que en este minuto-no-espiritual estoy odiando. La primera eres tú (púdrete y pudre tu redor con el malhumorado juicio siniestro de tus palabras, actos y pensares… que podríamos decir de tus malditos saberes). La segunda soy yo, derechamente hiero mi egoísmo al querer incluirme en el. Me daño con un placer idiota e idiota y culpable, me lastimo por autonomacia y por gracia de Dios y del espíritu santo. Lo tercero es la suma de las partes, lo que sigo a odiar después de ti y de mi son ellos. Esos pelafustanes creados a partir de nuestra putrefacta imagen, el cansancio de mirarlos a los ojos el otro día me obligo a partir el rostro de uno de ellos en una bofetada magistral, fue gratificante mientras sangraba en búsqueda de los recuerdos que le dieran sentido a su insignificante palpitar… y su respirar.

Las canciones por estos días son cada vez mas rebuscadas, los versos son mas profundos, mas desde el alma misma, pero siguen (ambas-os) sin lograr expresar lo que quieren decir. El seguir siendo el cobarde por querer serlo es la pena que cargan los apóstoles de la destrucción. Brinda con carnes vírgenes n los obsoletos, recónditos y suplementarios parajes de la bohemia absurda. El placer es placer, pero el placer no es amor. Nunca será el amor que busca la carne superior y menos elevada que la intención misma de querer crecer.

Maldición querido no lector, tantas cosas no quiero decirte, pero se desbordan de mis entrañas y muestran puntas filosas que hieren mis cuerpos al transportar tan peligrosa carga.

Maldición no soy lo que odio, no me e atrevido. La tentación es fuerte, pero el valor sigue siendo más débil que antaño. Me estoy poniendo viejo, y en ello nada tiene que ver el cuerpo mismo, la vejez esta llegando a mi por no tener el valor de querer seguir siendo joven. Pequeño budha de tu interior, no caigas en la trampa tan evidente, que de evidente es tentadora. No soy quien para aconsejar tu dichoso cuerpo y tu dichosa alma. Si aquello has de pensar no oigas estas suplicas misericordiosas por ti.

Hoy e aprendido tantas cosas y enseñado tan pocas. Me hirió al pasar por esos caminos de la memoria, y me hiero al evadirlos ¿Qué podremos hacer pequeño?

Es hora de…